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FUEGO!

OASIS

Oasis

 

El Oasis de Al-Ahsa, el más grande del mundo, se abre como un jardín improbable en medio del desierto oriental de Arabia Saudita. Más de 2.5 millones de palmeras datileras crecen gracias a un acuífero que alimenta manantiales y canales, sosteniendo una próspera agricultura y ganadería en este paisaje de verdor y arena.

 

Durante varias noches caminé bajo la luz de la luna, entre palmeras que parecían columnas de un templo vivo. La brisa húmeda me envolvía como en un sueño tangible. Allí conocí a personas hospitalarias que me ofrecieron té, y fotografié a quienes cultivan arroz al-hassawi, ese grano rojizo único del oasis. Retraté también a productores de dátiles, cuidadores de camellos, artesanas y jornaleros venidos de tierras lejanas como Sudán o Bangladesh. La riqueza del oasis reside tanto en la fertilidad de su suelo como en la sabiduría y diversidad de su gente.

 

De niño creía que los oasis eran espejismos, ilusiones del desierto. Al entrar en Al-Ahsa descubrí que el agua es el tesoro que hace posible todo: la sombra, el alimento, la comunidad. Y entendí que cada oasis es también una lección: la vida insiste en florecer, incluso donde parece imposible.

 

Al salir, miré atrás. Entre el mar de arena quedaba ese lugar improbable, un sueño real que sigue respirando bajo la luna.

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